ATROCIDADES
RUSAS
Madrid, 05-04-2022
(Lectura rápida 😊)
La localidad ucraniana de Bucha quedará asociada para siempre a los numerosos crímenes del ejército ruso. Tras la Segunda Guerra Mundial nos hablaron de las atrocidades nazis. También se contaron las del ejército ruso, entonces rojo, primero en Polonia en 1939 y, luego, en su marcha triunfal hacia Berlín a partir de 1943, tras Stalingrado.
Eso
tienen las guerras, de por sí ya una atrocidad y semillero de odios. Con más
motivo si te la imponen como hizo la Alemania nazi y, ahora, la Rusia de Putin.
No se pueden condonar los excesos de las guerras, sus horrores, sus barbaridades.
En su guerra contra la población ucraniana,
Putin y sus militares han logrado ser de lo más abyecto.
Cuesta
creer que un ejército invasor mate indiscriminadamente en las calles, en las
casas, atándoles las manos, a los ciudadanos subyugados, sin olvidar el
implacable e incesante bombardeo de sus viviendas. Eso
es lo que, sin embargo, nos muestran en las calles de Bucha y en
otras aglomeraciones. Un horror ya constatado antes en Chechenia o Siria.
Las
tropas rusas rechazadas por los ucranianos, impedidas de tomar Kyiv, frustradas
por no haber realizado el paseo triunfal prometido por Putin, un reconocido criminal
de guerra, se vengan ametrallando con su odio
injustificado a los que antes decían que eran sus hermanos.
Un
Putin acorralado será aún más peligroso y acercará su dedo ensangrentado más
fácilmente a los botones de sus armas de destrucción masiva, químicas,
biológicas y nucleares. Cada segundo Putin hace
el mundo más inseguro.
Al
igual que algunos descontentos con nuestra Constitución desean pasar por encima
de ella, saltando sus reglas, incluso las de sus eventuales reformas, hay entre
los occidentales quienes dicen que hay que establecer una nueva arquitectura de
seguridad que satisfaga a Moscú.
Descartan
de un plumazo la Carta de las NNUU, el Acta Final de Helsinki o la OSCE. En su
ignorancia, ingenuidad o inclinación por Rusia
pretenden, cediendo a sus chantajes, modificar las obligaciones de seguridad
establecidas en esos instrumentos y aceptadas por Moscú, incluso en su pasada
plenitud.
Como
los amigos del maltratador justifican sus crímenes porque la agredida, señalan,
le levantaba la voz o quería abandonarle. Piden
una nueva ceremonia nupcial sesgada
en la que se reconozca que el novio podrá maltratar a su pareja cuando y
donde le venga en gana.
No hace falta un nuevo orden de seguridad. Hace falta cumplir el que hay. Lo primero que debieran exigir a este carnicero los que le echan un capote justificando las causas de su barbarie es la retirada de todas sus tropas de todos los territorios ucranianos, cuya integridad territorial Rusia había garantizado en 1994, y que pague Rusia todos los destrozos civiles y militares causados, indemnizando, asimismo, a los heridos y a las familias de los muertos por su culpa.
Además,
Putin debiera marcharse y dejar que llegue por vez primera una democracia en
Rusia. Solo entonces se creará la suficiente
confianza para enfundar nuestras propias armas. Los que critican a
Biden por impulsivo o viejo, a los europeos por seguidistas y a la OTAN por
ampliarse debieran considerar que Rusia ya se
hubiera comido a los países bálticos si
no fuesen parte de la Alianza que defiende a la Unión Europea o que Polonia o Rumanía ya estarían como Ucrania.
La sola causa del actual imperialismo ruso es que
queden controladas por el Kremlin todas sus Rusias,
propias y ajenas, por su voluntad o forzadamente, con, al haber
desaparecido el pegamento marxista-leninista, un cemento ideológico nacionalista apadrinado por la
Iglesia ortodoxa gobernada por el Patriarca de Moscú, que bendice a Putin. Y
eso, desde que cayó el imperio soviético en 1991. Hicieron
bien los occidentales en desconfiar desde entonces de Rusia.
Carlos Miranda, Embajador de España