martes, 10 de enero de 2023

GANA EL TERCERO

GANA EL TERCERO

 

       Madrid, 10-01-2023 

                    (3´40´´de lectura 😊)

 

     

Durante la época prehistórica de la Nueva Democracia española, hará dos o tres decenios cuando imperaba un bipartidismo jurásico, lo importante para gobernar era ganar las elecciones, ser el partido más votado. Para ello los dinosaurios políticos de entonces intentaban pastar en los prados centristas relegando la importancia de sus propios extremos alpinos polarizados. 

Tras el cataclismo sufrido a partir del final del bipartidismo y su sustitución por el bibloquismo radicalizado, los paquidermos del presente no se interesan ya por los prados centrales regados por la vitalidad de un río tranquilo que paulatinamente impone su curso benéfico para ambas riberas, sino que buscan conquistar cumbres agrestes que cercan el valle de la convivencia.

Así las cosas, el verdadero vencedor de unas elecciones deja de serlo el que más votos obtenga. Ni el partido más votado ni el que le seguirá en votos podrá gobernar. El que determinará la futura gobernación será el tercer partido, el que aportará el complemento imprescindible de votos para que gobierne un bloque u otro.

Con el bipartidismo se cuidaba el electorado centrista, más dispuesto a los entendimientos en los temas de Estado entre los dos partidos principales. Sin embargo, con el bibloquismo radical hay que satisfacer esencialmente a los eventuales compañeros de viaje más radicales y, asimismo, más populistas por lo que quien gobierna se contagia de su radicalismo.

Los realistas se adaptan a ello. Sánchez ya ha dicho que los españoles sólo podemos elegir entre él y lo que está a su izquierda, la verdadera para muchos o extrema para otros, y Feijoo junto a Vox, la extrema derecha. Dada la importancia de la polarización debido a la liberación de los radicales de derecha e izquierda de la tutela de los partidos mayoritarios a cada lado de la divisoria ideológica, así como por la fomentada por los dos partidos mayoritarios interesados en cavar un profundo foso entre los dos de modo que se actúe con el espejismo de que todo lo malo es culpa del otro, lo importante puede ya no ser votar al PP o al PSOE, sino a Vox o al conglomerado de Podemos y de la otra izquierda verdadera.

Democráticamente ello no es oponible. Otra cosa es que sea aconsejable. No lo es, pero el remedio no corresponde al electorado. Corresponde a los líderes políticos y tal como van las cosas, su tendencia es la de favorecer a los extremos de su propio bloque, lo cual tiene su lógica, aunque perversa.

Cuando los líderes más extremistas y su electorado operaban en el marco de sus correspondientes ámbitos políticos dominantes, una mayoría más moderada solía prevalecer y con ello tendencias pactistas en búsqueda de consensos con aquellos al otro lado de las divisiones ideológicas. Sin embargo, liberados los radicales de tutela alguna al independizarse, están consiguiendo ser mucho más decisivos que antes.

Si los dos grandes partidos se dan la espalda con determinación, como ocurre en la actualidad, sólo pueden prevalecer derivas polarizadas y radicalizadas. Lo que acabamos de ver en Brasilia, emulación del fallido intento de anular la elección de Biden hace dos años en Washington, constituye otro aviso contra el radicalismo populista y el que estos dos casos lo hayan protagonizado la extrema derecha no invalida que haya que cuidarse también del populismo de izquierda como vemos en Perú y de su gobernanza en Venezuela, Cuba y Nicaragua, o en su día en Cataluña donde se juntaron toda clase de populistas contra la Constitución y los pactos constitutivos de nuestra democracia de cuando la Transición.

Un actor de esa época, Felipe González, acaba de señalar que lo sucedido en Brasil no debe servir para alimentar la crispación del debate nacional. Es pues necesario que los dos partidos principales recuperen una interlocución positiva sacrificando ambos posturas hasta ahora enrocadas. Eso sería en beneficio del país, de la moderación y de la sensatez con el objeto de alejar no sólo un populismo radical, sino también sus consecuencias indeseadas y antidemocráticas.

 

Carlos Miranda, Embajador de España