SAN GORBY
Madrid, 02-09-2022
(Lectura
rápida 😊)
Acaba de fallecer Mijaíl Gorbachov en olor de santidad occidental mientras estaba olvidado y apartado en Rusia. Vivía en una gran “dacha” rodeada de naturaleza. Solo desde el fallecimiento en 1999 de su esposa Raisa, envejecía malamente, atendido por unos pocos fieles mientras en Moscú esperaban que un día se muriese del todo, no sólo políticamente como le ocurrió en las postrimerías de 1991.
Nacido
en 1931 fue un comunista convencido.
Aunque muchas informaciones le presentan como quien puso fin a la Unión
Soviética, no fue lo que realmente pasó ni quiso. Gorbachov sabía que el
experimento de Lenin, modelado luego por Stalin, había
fracasado. En la década de los ochenta la cúpula soviética sabía que
su sistema económico no funcionaba por no tener, sencillamente, la referencia
de los mercados. La determinación de los precios de un modo arbitrario, aunque
presentado como científico y social en su propósito, renqueaba cada vez más.
Tampoco
ayudaba el que la economía de guerra, controlada desde el Kremlin y ejecutada por
los militares, fuese la de un Estado dentro del
Estado, favorecida para hacer de la URSS la segunda potencia del
mundo y la gran ocupadora de territorios ajenos en Europa donde controlaba
férreamente los países del Este europeo liberados del nazismo, aunque, en
realidad, pasaron de una dictadura a otra.
Gorbachov
quiso reformar el sistema comunista para que siguiese perdurando de un modo más
eficaz, humano y transparente. Animado con este objetivo, puso en marcha políticas
como las popularmente conocidas por ”Perestroika”
y ”Glásnost” mientras que en el
ámbito internacional buscó la paz y el entendimiento
con los occidentales.
Jaleado
por Thatcher y Reagan firmó con este último un importante acuerdo de control de
armamentos nucleares. Dispuesto a confiar en la otra parte se sorprendió del
necesario intrusismo de las medidas de verificación requeridas por los
norteamericanos a lo que Reagan le contestó con la famosa frase de “Trust, but verify” (Confía, pero comprueba).
El
pacifismo de “Gorby”, como le apodó
la prensa anglosajona, y sus reformas internas le granjearon la enemistad de
nostálgicos que no querían ceder poder interno ni deseaban una coexistencia
pacífica con los occidentales. Tras la aceptación por Gorbachov en 1990 de la
reunificación alemana en detrimento de la Alemania comunista (que así ingresó imperceptiblemente
en la RFA, la UE y la OTAN) a resultas del derrumbe del Muro de Berlín y la
consiguiente ola de libertad que inundó la Europa del Este subordinada a Moscú,
esos nostálgicos le organizaron al final del
verano de 1991 un Golpe de Estado.
Secuestrado
por los golpistas, fue liberado a los pocos días y los sublevados detenidos. El
adversario más liberal de Gorbachov, Boris
Yeltsin, que quiso ser demócrata y rompió públicamente en un
congreso del PCUS su carnet de militante y dirigente, paró el Golpe en Moscú subido a un tanque y
fue quien recogió los frutos del fracaso de la
asonada. Gorbachov, desprestigiado y denostado por haber, según sus
enemigos, desestabilizado el poderío soviético, quedó apartado. El comunismo
solo funciona con mano de hierro.
La URSS falleció en la propia OTAN
el 20 de diciembre de 1991 cuando el representante soviético
comunicó a todos los Ministros de Exteriores aliados y del extinto Pacto de
Varsovia allí reunidos para encauzar la futura “Asociación para la Paz” de la
Alianza con sus antiguos adversarios, que había que sustituir
en el comunicado de la reunión las siglas “URSS” por “Federación Rusa”.
Así fue, sin planificarlo la OTAN.
El
gran caudillo galo, Vercingétorix tuvo que rendirse a los pies de Julio César sentado
en un trono y a Putin debieron de sonarle las
palabras del representante ruso en plena OTAN a una humillación semejante.
Consecuentemente, en lugar de buscar la paz y el entendimiento con los
occidentales, como ofreció la Alianza y deseaba Gorbachov, pretende recuperar
por las malas el Imperio fenecido con la bendición del Patriarca ortodoxo de
Moscú.
Fracasado el Golpe de Estado, la URSS implosionó. Ucrania,
Bielorrusia, ambas ya con representación propia en la ONU, y otras partes del
Imperio comunista, heredero del zarista, se independizaron. Los países
bálticos, Kazajistán, Turkmenistán, Georgia y otros en Asia y en el Cáucaso. Yeltsin intento en Rusia una aventura democrática,
pero, alcoholizado y mal servido, acabó entregado a Putin que le sustituyó con el propósito de reunificar el puzle disgregado, aunque fuese
violando el Acta Final de Helsinki y arrinconando los acuerdos internacionales
firmados por la URSS y, luego, la Federación de Rusia.
Gorbachov no era santo de la devoción de Putin
y
de aquellos que, en la Administración, las Fuerzas Armadas y los importantes servicios
secretos fueron educados por el PCUS en la tesis de una URSS dominadora del
mundo, un propósito que en su día también encandiló a muchos alemanes
contemporáneos de Hitler.
Si bien apoyó la anexión
ilegal de Crimea, quiso esconder el desastre de Chernóbil y los países bálticos
recuerdan que se opuso a sus independencias incluso con violencia militar y
muertes, en Rusia no llorarán la desaparición de quien les parece un
fracasado o un tonto útil para los occidentales. Y es que
en Rusia siguen sin entender que la URSS y el comunismo se hundieron desde
dentro y no por culpa americana ni occidental y que sus antiguos vasallos solo
se sienten protegidos de Moscú en el seno de la Alianza Atlántica a la que
países tan tradicionalmente neutrales como Suecia y Finlandia ahora quieren
adherirse. La invasión de Ucrania les da la
razón.
Carlos Miranda, Embajador de España