viernes, 12 de noviembre de 2021

EL MAR ENFERMO

 

EL MAR ENFERM0

 

 

Madrid 12-11-2021

(Lectura no tan larga … 😀)

 

    


A finales del XIX y principios del XX llamaban al Imperio Otomano “el hombre enfermo” por su decadencia y pérdida de territorios. Después de la Primera Guerra Mundial, en la que la Sublima Puerta se alió con los dos Imperios centrales, el alemán y el austríaco, el emporio turco se esfumó y sólo quedó, a modo de república, su territorio actual, esencialmente asiático con la Anatolia, aunque tiene una pequeña parte europea donde se asentaba Constantinopla, ahora Estambul tras su conquista por Mehmet II en 1453.

 

Hoy en día, “el hombre enfermo” es el Mediterráneo. No sólo desde una perspectiva ecológica, que también, y peligrosamente, sino desde una visión estratégica, que no deja de estar relacionada con la ecológica. Partiendo desde el Estrecho de Gibraltar en sentido de las agujas del reloj, observamos hasta el Mar Egeo la presencia de la Unión Europea, salvo unas pocas excepciones balcánicas por el Adriático que, no obstante, desean integrarse en la Unión. Una ribera europea estable que, en términos estratégicos, interesa más a los ribereños de la Unión que a sus demás miembros.

 

Sin embargo, esa Unión, cuyos orígenes remontan a 1957, no ha conseguido establecer una Defensa Europea. Logra parches y apaños a base de crear algunas unidades combatientes y organizar, asimismo, operaciones militares allende mares y continentes, pero de Defensa europea y de Autonomía Estratégica, su corolario, “rien de rien” por ahora. Es como clamar en el desierto o, más bien, exhibir un “quiero y no puedo” impúdico. Habla ahora la UE de una Fuerza de Intervención, pero dispone ya de otras que puede utilizar. La confusión es, a veces, inevitable.

 

Pedro Sánchez informó hace poco al Secretario General de la OTAN que España e Italia tienen un acuerdo para impulsar un ejército europeo. La noticia llenará de gozo a muchos, pero el Primer Ministro italiano, el prestigioso Mario Draghi, también puso recientemente el dedo en la llaga al señalar que no puede haber una defensa de la Unión si no hay, al menos, una política exterior de la misma.

 

Siguiendo las agujas del reloj, tenemos, luego, la perenne disputa entre Grecia y Turquía, dos vecinos aliados que se llevan muy mal. Grecia tiene clara su membresía de la OTAN y no cuestiona su pertenencia europea y occidental.

 

Turquía, en cambio, en pleno nacionalismo islamista “erdoguiano” desde hace bastante tiempo, juega a verso suelto desde la cómoda protección aliada, entendiéndose con Rusia en unas cosas mientras se posicionan ambos países en posturas antagónicas en otras. En bandos contrarios en Siria y Libia, pero adquiriendo Ankara material militar a Moscú, pareciendo que lo hace esencialmente por molestar a Washington y afirmar su autonomía.

 

Francia hace también esto último, pero desde una producción armamentista propia y una disuasión nuclear suya. Los turcos, en cambio, al adquirir material sofisticado ruso e introducir en el mismo datos de, por ejemplo, sus aviones de combate americanos para que sean reconocidos y no abatidos por una batería antimisiles de fabricación rusa, estaría, parece ser, transfiriendo indirectamente a Rusia, encargada del mantenimiento de dicha batería, datos militares estadounidenses.

 

Descontenta, además, con la UE, que incumplió una aparente promesa de aceptarla en su seno y con los EEUU a los que acusa de acoger en su territorio a un clérigo acusado de haber fomentado un golpe militar contra Erdogán, Turquía se aleja del mundo occidental buscando vías propias, remontándose, de un modo aparente irredento, al pasado esplendor otomano cuando dominaba más territorios que en la actualidad, incluso en el Egeo, lo que inquieta, comprensiblemente, en Atenas. Mayoritariamente musulmana, aunque no árabe, Turquía tiene, asimismo, influencia y clientela en el Cáucaso, Asía central y Oriente Medio. Su importancia es obvia y es esencial para los aliados como bastión frente a árabes y rusos. Basta ver un mapamundi …

 

Siguiendo la flecha, y pasando rápidamente por los mares Negro y de Azov, donde impera la conflictividad ruso-ucraniana en el Este de Ucrania y la ocupación ilegal rusa de Crimea, así como el Cáucaso, campo de minas aparentemente tranquilo hoy, entramos en el vidrioso Oriente Medio próximo con sus crisis sin resolver en dos binomios importantes. Primero, el de Siria-Irak, donde la dictadura de Asad desde Damasco sigue prevaleciendo alentada por Rusia, que dispone de bases militares en Siria, mientras en Bagdad funciona, fruto de la Pax americana, una democracia inestable que ilusiona poco por la corrupción de sus políticos, como se vio por la gran abstención en las elecciones del 10 de octubre pasado y cuyo resultado no aceptan milicias chiís enfeudadas con Teherán.

 

En segundo lugar, el de Israel-Palestina, con Jordania y Líbano como paganos, en el que domina un Israel, cada vez más fuerte que no ha sabido/querido pactar con unos palestinos que, a su vez, han desaprovechado oportunidades importantes. Un polvorín peligroso más que nada por la aparente normalidad con la que se contempla esta anormalidad.

 

No olvidemos la cercana e influyente Península Arábiga, y sus ricas monarquías feudales, aunque no sea ribereña del antiguo Mare Nostrum (el actual es el Atlántico Norte), si bien tendremos en cuenta, estando al día, el “minilateralismo” (¡nuevo término estratégico recientemente surgido!) que promueven recientemente los EEUU contra China y que acaba de poner sobre el mapa del Oriente Medio al novedoso “Quad-2” compuesto por EEUU, India, Israel y Emiratos Árabes Unidos. Un intento de controlar la ruta de la seda china y sus derivadas.

 

Pisando ya África mediterránea (tras Europa y Asia), comprobamos que Egipto, un gigante de 100 millones de habitantes, no encuentra ni suficiente desarrollo ni paz interna a pesar de haberla encontrado con Israel. Frente a la modernidad y al laicismo moderado de la revolución naseriana, cuya espina dorsal siempre fue militar y autoritaria, existe el Islam avasallador de los Hermanos Musulmanes, actualmente enchironados y exiliados del poder manu militari, con, a la vez, escándalo y satisfacción occidental, una contradicción palpable, quizás inevitable.

 

Libia es un desastre. País tribal y de beduinos tanto cuando era una monarquía como tras la revolución que hizo del país una república que encumbró a Gadafi como dictador. Un tirano abatido al cabo de decenios por una OTAN obediente a sus gobiernos, encabezados en este caso por un muy belicoso Presidente francés, Sarkozy (preocupado, quizás, por los rastros de una eventual financiación electoral desde Trípoli), y que no supieron prever el “post-Gadafi”. ¿Lo remediarán unas elecciones presidencial y legislativas previstas para el 24 de diciembre?

 

Libia descabezada es un caos que volvió a su esencia tribal. Mafias, terrorismo, partidas militares, cantonalismo, guerras civiles, todo lo que se quiera y a las puertas de Europa, impotente. Ahora mismo sobrevive en Libia un frágil alto el fuego gobernado por Moscú y Ankara. En lugar de una estabilidad viciada exportadora de gas y petróleo, tenemos una inestabilidad con pateras controladas por criminales de todo pelaje con puerta y ventana sobre el Sahel, un peligroso “Afganistán europeo” en África donde Francia, ayudada de algunos socios europeos, y de EEUU, despliega a militares contra un islamismo terrorista. Desencuentros de gobiernos locales con Paris favorecen que el Kremlin se inmiscuya con mercenarios de una compañía privada rusa, Wagner, cuyo dueño es amigo de Putin, que, así, suma a sus peones ya ubicados en Siria y Libia.

 

¿Cómo no lamentar, ahora, haber abatido a Gadafi? Sin embargo, ello impidió un baño de sangre en Bengasi, un puerto enfrente de Europa, algo inaceptable, entonces, para las opiniones públicas europeas como ocurrió antes con las guerras balcánicas tras la explosión de Yugoslavia. Un Bengasi, rebelado contra el opresor a cuenta de las “Primaveras Árabes”, un espejismo occidental que sólo prosperó en Túnez, y aún, como vemos ahora con un Presidente que ha orillado al Parlamento y se afianza autoritariamente. Túnez, posiblemente la más afrancesada del Magreb, donde ni Argelia ni Marruecos brillan como ejemplos verdaderamente democráticos.

 

La primera controlada oscuramente por los militares. La segunda, llevada desde siempre con mano firme desde un Palacio autocrático. Ambos países amenazados por el integrísimo islamista y enemigos de por vida. Panorama inestable que va en contra de los intereses franceses, españoles y occidentales, además de los de los habitantes locales.

 

Recordemos el cercano Sáhara Occidental cuya marroquinidad es indiscutible para Rabat porque, de lo contrario, Argel, vía el Polisario, controlaría el Sur de Marruecos, justo enfrente de las Canarias. Perteneciente al gran Sáhara, extensión sureña del Magreb, el Sáhara Occidental experimentó una falsa descolonización en la que Marruecos logró torcer el brazo a España.

 

Ello impide consolidar la actual situación de hecho que las NNUU no pueden avalar y que, en realidad, conviene a la UE y a los EEUU, guardián vigilante de una zona tan cercana al estratégico Estrecho de Gibraltar. Esperemos que el nuevo enviado especial de NNUU para el Sáhara Occidental, el experimentado Stefan de Mistura, consiga resolver esta cuestión, que colea desde casi medio siglo, con una fórmula aceptable para las partes involucradas, incluidos los saharauis. Difícil tarea.

 

Desde el sur del Estrecho gibraltareño, contemplamos el Peñón, que, a pesar de ser una colonia británica con una población de distintos orígenes, angloparlantes con acento andaluz, puede tener desde el Brexit sus intereses más ligados a la UE y, consecuentemente, a España que, finalmente, parece empezar a entender que en su relación con la colonia vale más una mano firme en guante de terciopelo que el barritar de un elefante en una cacharrería. Madrid y Londres han llegado a un buen acuerdo “fronterizo”, situando el límite de facto en el puerto y aeropuerto a costa de la usurpadora verja británica de 1908, que, sin embargo, aún han de ratificar la UE y el RU.

 

También se contemplan las pateras con inmigrantes ilegales que, al igual que desde Libia hacia Italia, intentan llegar en este caso a la Península mientras otras buscan arribar a las Canarias, lo que no debe hacer olvidar que Marruecos reclama a España Ceuta y Melilla y diversos peñones costeros, más vulnerables aún que las dos ciudades.

 

Tampoco olvidemos mencionar la presencia americana y de la OTAN en el Mediterráneo con una red de importantes bases aeronavales en España, Italia y Grecia, así como una vigilancia aérea que se controla desde una instalación aliada en Torrejón de Ardoz al mando de un General español. Presencia otánica que se reactiva al revivir, con bases en Siria y presencia naval en el Mediterráneo, el interés ruso por este mar que había abandonado tras derrumbarse su imperio soviético.

 

España debería adecuar eficazmente su disuasión a este panorama en el Mediterráneo y sus aledaños, especialmente en el área que va desde las Baleares hasta las Canarias. ¿Interesaría un grupo “minilateralista” formado por EEUU, España, Francia, Portugal y Marruecos? Paris se resistiría, probablemente, por no dar más juego a EEUU; Madrid se podría asustar al dejar fuera a Argelia e incluir a Francia en el Estrecho; y EEUU, que ya está en esas aguas, abogaría por incluir al RU.

 

Sin duda, pues, un mar enfermo, pero con una “mala salud de hierro” que todos consiguen conllevar. Es verdad que podría ser peor, pero estas cuestiones necesitan de la atención y buena voluntad de los países ribereños, de grandes potencias y de OOII, tanto regionales como de la propia ONU.

 

Como los Diez Mandamientos, todo se puede resumir aún más. Hay un profundo foso de riqueza entre las orillas norte y sur de este mar que requiere no solo más cooperación para el desarrollo para colmar esta peligrosa diferencia sino también más atención política. Como dice el Alto Representante Borrell, las esperanzas de Barcelona del año pasado no se han materializado, algo que habría que remediar en la próxima reunión de la Unión por el Mediterráneo …    ¡Ojalá!  (“Insha´Allah”).

 

 

Carlos Miranda, Embajador de España