MARCANDO
FRONTERAS
Hendaya, 15-10-2021
(Lectura rápida 😉)
Durante la Guerra Fría se marcaron unas
fronteras ideológicas. A un lado, unos Estados con partidos únicos y una economía
dirigida. Al otro, libertades y economía de mercado. Aquellos que no eran
occidentales ni del campo adverso se encontraron muchas veces emparedados. Unos
se inclinaron, o fueron inclinados, a un lado o al otro. Otros consiguieron
mantenerse en el medio.
El
proyecto económico dirigista fracasó y se llevó por delante a la URSS. Hoy en
día una economía que no sea de mercado no es concebible. Incluso, países
comunistas como China, sin libertades, con partido único y dictatorial, no cuestionan al gato que mejor caza ratones porque es el
más eficaz. Otra cosa es que precise correcciones en aras a su
propia conducción y a la justicia social. Cuestiones importantes, pero que no
justifican nacionalizar la economía.
Durante
esa Guerra Fría el mundo musulmán se
encontró en la disyuntiva político-económica de elegir entre el Este y el Oeste
además de la oportunidad de desembarazarse de los lazos coloniales. Decantarse
en el Tercer Mundo por Moscú o Washington no dio siempre resultados
satisfactorios. Estar con el uno o con el otro no desarrolló verdaderamente sus
países, poniéndolos a la altura de los más ricos. De ahí, a veces, la búsqueda
de “terceras vías”.
En el mundo musulmán, esa tercera vía está
entroncada con sus creencias religiosas. La Ilustración, y las revoluciones
posteriores, liberadoras de la sujeción del cristianismo, católico, ortodoxo o protestante,
no se han dado en las sociedades musulmanas, o apenas. Además, su religión fue muchas
veces refugio silencioso y clandestino para los que se oponían al colonialismo
y favorecían la independencia.
Ni comunistas, ni capitalistas: musulmanes. Así, se
sale del dilema entre la eficacia económica de la economía de mercado o el
control del dirigismo político-económico para derivar hacia una cuestión
cultural con preponderancia religiosa. Si de lo que se trata es de sustituir
los valores islámicos por los occidentales o por los del comunismo, una sociedad musulmana se resistirá. Se
adaptará en parte, en lo que no considere esencial, pero, respecto a sus propias
creencias religiosas, repelerá lo que a otros parece la modernidad y con más
motivo si ello intenta imponerse “manu militari”.
Afganistán
es sintomático. Los valores comunistas aportados por Moscú fueron rechazados en
su momento y los occidentales, ahora. Además, junto a las convicciones
religiosas adaptadas a una cultura propia se junta la noción del patriotismo. Lo patriótico es resistir lo extranjero
y exaltar lo propio. Eso fue lo que ocurrió en nuestra “Guerra de Independencia”, en la que los franceses,
que traían la modernidad de su Revolución con el apoyo de las bayonetas, fueron
combatidos por los españoles patriotas.
A
los occidentales, tras la salida de Kabul, no les queda otro remedio que tomar
nota de esa frontera cultural. Ya no más “nation
building” ha dicho el Presidente
Biden. Lo “nuestro”, nuestros valores, no se pueden imponer. Pero, asimismo, hay otra lección que debieran de aprender
del otro lado. Tampoco es aceptable que ningún país se convierta en
santuario de terroristas ni que cobije a quienes desean destruir o, al menos,
dañar al mundo occidental. Este último seguirá considerándose legitimado para
reaccionar.
Por
ello, en ciertos países, como ahora Afganistán, tendrían que tomar nota de que
determinadas prácticas disruptivas en los países occidentales ni son aceptables ni serán ignoradas. Salen
escaldados los occidentales de ese país, pero los propios talibanes han sufrido
20 años duros para ellos.
La Unión Europea tiene ahora una oportunidad. Es occidental,
pero con capacidad de interlocución y de cooperación al desarrollo sin la
prepotencia que confiere a cualquier superpoder, como los EEUU, su cuerpo
musculoso. Porque también son musculosos en esa zona China y Rusia, dos colosos
que recelan del radicalismo talibán en sus
propios países. Lo sabe, también, Pakistán,
país clave, y potencia nuclear en esta zona.
El
final de la aventura afgana ha hecho sentir a la UE la necesidad de disponer de
Fuerzas Armadas propias. Hace bien, pues, la UE en intentar incrementar su
capacidad militar, pero no será para sustituir a los EEUU en el mundo, sino
para sortear situaciones concretas. Una Defensa Europea es algo aún lejano, que no puede establecerse al margen de la Relación
Transatlántica, clave de bóveda actual del mundo occidental en materia
de seguridad. Una Defensa Europea que deberá afrontar la cuestión de su propia
disuasión nuclear, basada, eventualmente, en la de Francia que ya lo consulta
con algunos de sus socios europeos, entre ellos España. No estaría mal, pues, que el Gobierno de la Nación
informara de ello.
Carlos Miranda, Embajador de España