HITLER
Y PUTIN
Madrid, 14-01-2022
(Lectura rápida 😊)
En Rusia, los índices de aprobación de Putin son altos. El que se asesine o encarcele a
oponentes políticos hace poca mella en una población controlada. Si semejantes
noticias les llegan, les dicen que son falsas o
ataques occidentales. Es revelador leer a dos especialistas de
Rusia, Pilar Bonet en El País y a Carmen Claudín, prestigiosa investigadora del
CIDOB barcelonés.
Una gran proporción
de la población rusa añora los “buenos tiempos”
de la Unión Soviética. Teniendo en cuenta ese pasado, una
alienación. El poderío anterior de la URSS es lo verdaderamente añorado. El
comunismo desapareció, pero permanece su esencia rusa, su nacionalismo, su carácter
imperialista.
Recientemente
y ante las pretensiones de Putin de
repartir Europa con los EEUU, se le ha comparado con Stalin que lo consiguió tras la Segunda Guerra Mundial. Putin quiere un nuevo Telón de Acero en Europa, aunque más cercano a la “Madrecita
Rusia” suya, capaz de ahogar a sus vecinos.
Sin embargo,
se puede recordar también lo ocurrido entre las dos Guerras Mundiales. Alemania
resultó derrotada tras la primera, viéndose, luego, transformada por una crisis
económica generalizada, el cambio de régimen interno y los acontecimientos
mundiales. Algo semejante pasó con Rusia en los
años noventa del siglo pasado, desapareciendo la URSS e implosionando
la propia Rusia tras el derrumbe del sistema económico y político comunista,
fracasados por inviables y dictatoriales.
Tanto en
Alemania como en Rusia, tras sus derrotas, se mantuvo el peligroso caldo de la nostalgia del poderío pasado, de su grandeza imperial. En
Alemania ello trajo a Hitler. En
Rusia a Putin. Su gran baza es la añoranza
del pueblo ruso por su pasado como Gran Potencia en tiempos soviéticos y
anteriores. Ambos líderes empeñados en desenterrar el pasado.
La derrota alemana
de 1918 y el hundimiento de la URSS en 1991 trajeron
amargura y rencor. En la Alemanias nazi, respecto del Reino Unido y
de Francia. En Rusia, respecto de los EEUU, culpables de todo porque los
europeos son, para Moscú, simples vasallos de Washington.
En los dos
casos se produce un rearme militar
con sistemas novedosos tecnológicamente y los dos reclaman
un espacio alrededor de sus fronteras que exigen gestionar en
función de sus propios intereses. “Espacio vital” lo llamaba Hitler. Putin lo
reclama como un espacio de seguridad propio. En realidad, otro espacio vital.
Si hay algo que recuerda la crisis de los Sudetes,
puede ser la anexión ilegal de Crimea.
La reafirmación de los intereses rusos en Chechenia,
la remilitarización por Hitler de Renania. ¿Invadir Ucrania
un equivalente bélico del “Anschluss” con Austria?
En ambos casos los pueblos, alemán y austriaco, ruso y ucraniano, lo mismo e indivisibles. ¡Falso!
“¡Pobre Hitler!”,
hubieran exclamado, entonces, muchos de los que hoy le dan la razón a Putin,
añadiendo que la desmilitarización de Renania, tras 1918, era vejatoria para
Alemania; que los alemanes eran maltratados en los Sudetes; y que Austria era peligrosamente
independiente para Alemania.
Si Putin invadiese
Ucrania, no parece que se le pondrían de rodillas. Más bien puede contar con un
desgaste de sus tropas de ocupación,
además de importantes sanciones occidentales. Crimea fue fácil, pero Ucrania,
sobre todo la occidental, proeuropea, sería más complicado, aunque todo ello
subraya el desprecio moscovita por la legalidad internacional. Conviene
recordar, que cuando Ucrania renunció al armamento nuclear de la URSS que tenía
en su territorio, Rusia garantizó su integridad,
y ya vemos.
Esperemos
que se impongan los principios del Acta Final de Helsinki y de la OSCE,
aceptados por Rusia en 1975, que establecen que cada
país es libre de asociarse o de aliarse con quien quiera. Dialogar
es siempre conveniente, pero sin ceder como hicieron Chamberlain y Daladier ante
Hitler en Múnich en 1938.
Putin tergiversa con sus acusaciones y las libertades europeas
son irrenunciables.
Queda volver a establecer normas de coexistencia para que en materia de
seguridad se restablezcan en Europa medidas de
confianza y de desarme sin dar
vía libre a China. España, lejos del aliento ruso, suele ser para muchos una burbuja entre Gibraltar y los Pirineos. Conviene
despertar.
Carlos
Miranda, Embajador de España