Y, AHORA, ¿QUÉ?
(11-11-2019)
Después
de las elecciones del 28 de abril, los partidos fueron incapaces de ponerse de
acuerdo. Los políticos no supieron dar respuesta a los graves problemas del
país. Sociales, económicos y políticos, incluido el territorial. En
lugar de resolverlos, maniobraron cada uno por su cuenta conscientemente hacia
la inevitabilidad de unas nuevas elecciones, estas que acabamos de celebrar el 10-N.
Ahora
tienen un nuevo mandato extraído con fórceps al electorado. Muchos manifestaron
su mal humor con la abstención, o el voto en blanco, y otros, con paciencia de
Job, volvieron a votar lo mismo o cambiaron de opinión.
Merecían los políticos la devolución de un panorama semejante en
dificultad al anterior. Son ellos quienes deben resolver los problemas de los
ciudadanos y no estos los fracasos de los políticos.
Por
segunda vez en apenas dos años y medio estos políticos han forzado a los
españoles a volver a las urnas por su incapacidad. No fuimos en 2016 a
unas terceras elecciones como consecuencia del “No es No” de Pedro Sánchez
porque en el seno del PSOE se produjo una reacción que desmontó a su Secretario
General facultando una abstención constructiva para permitir una gobernación de
España.
Sánchez
descartó entonces, incluso, alguna fórmula que permitiese mantener un “no” al
partido de Mariano Rajoy por la entonces insultante corrupción del PP sin
impedir la única posibilidad de gobernabilidad que había como hubiera sido que
el grupo parlamentario socialista votase negativamente la investidura de Rajoy,
pero con las suficientes ausencias o abstenciones de sus diputados para
evitar un bloqueo político del país. ¿Hipocresía? No. Sentido de la responsabilidad,
subrayando, asimismo, que se hacía para evitar unas terceras elecciones, eso
sí, tapándose la nariz.
Ahora,
tras este 10-N, volvemos a ese punto en el que ya estuvimos en el otoño de
2016. Ya tienen los políticos su empeño de críos malcriados. Hay que esperar
que la filosofía del “No es No” no se reproduzca por parte de nadie,
aunque, paradójicamente, pueda ser Sánchez el beneficiado.
Junto
a la necesidad de tener una gobernabilidad proyectable a medio plazo que ha de
resolverse con pactos de coalición, o parlamentarios, que permitan una
Investidura y un gobierno, está la imperiosa necesidad de lograr una
solución política en Cataluña. Ello requiere acuerdos que son más amplios
que los de la gobernabilidad diaria.
Hace
falta un gran sentido del Estado por parte de políticos que no lo han tenido
últimamente.
Es evidente que solución inmediata no hay en Cataluña mientras perdure el enconamiento,
así como la irresponsabilidad y la violencia (lo es intimidar al prójimo
por no ser independentista) por parte de unos separatistas que no quieren
respetar las reglas políticas que ellos mismos se dieron cuando aprobaron
masivamente en su día en el Principado la Constitución y el Estatuto catalán.
La
condenada por las ilegalidades producidas durante el “procés”, Carmen Forcadell,
dio un paso en la buena dirección al admitir recientemente que los
secesionistas no tuvieron en cuenta a los que desean en Cataluña seguir siendo
españoles. En este sentido, parece evidente que los independentistas tendrán
que aceptar una postura común teniendo en cuenta a los otros catalanes y,
asimismo, a los todos los españoles (las dos cosas).
Por
otra parte, convendría que los constitucionalistas fuesen también capaces de
desarrollar una postura común porque cuando PSOE, PP o C’s ofrecen soluciones
dispares y hasta contradictorias (peleándose por ello, sin pudor alguno), evidencian
diferencias profundas que solo benefician a los independentistas. En Barcelona hay que tener en cuenta a todos los
catalanes y en Madrid deben cesar las
divisiones cortoplacistas para arañar puntos en los sondeos.
Finalmente,
el resultado electoral refleja el enfado popular mediante importantes cambios
de voto, una mayor abstención y un fortalecimiento del nacionalismo/separatismo.
¿No debieran marcharse a sus casas los líderes más responsables de ello?
¿Sánchez? ¿Iglesias? ¿Rivera? Sus combinadas incompetencias han aupado al PP y,
sobre todo, a Vox. Lo primero es democráticamente aceptable, lo segundo
inquietante.
Carlos Miranda es Embajador de España