DEFENSA Y ESPACIO EXTERIOR
(12-09-2019)
Ello pone de relieve la importancia que va cobrando el
espacio exterior en materias que no son sólo las de su exploración. Aunque
la Luna y otros cuerpos interestelares es estén protegidos de apropiaciones
nacionales por el Tratado del Espacio Exterior de 1967, que asimismo prohíbe la
instalación de armas nucleares o de destrucción masiva, la realidad es que los
diversos Estados que tienen intereses en ese espacio ultraterrestre no pueden
dejar de responder, al menos, a dos imperativos.
En primer lugar, a la necesidad de proteger los
satélites y otros vehículos interestelares que les pertenecen o que puedan ser
propiedad de individuos o compañías de sus países. En segundo lugar,
también necesitan poder prevenirse frente a ataques a sus territorios, ciudadanos
y bienes que pudieran tener su origen en el espacio. Aunque conviene seguir
elaborando un entramado jurídico ilegalizando acciones agresivas en el espacio,
nada garantiza el respeto de esas normas y, consecuentemente, no debe
sorprender que, con el paso del tiempo y las mejoras tecnológicas, el
espacio exterior tenga más interés militar.
Sabemos que un misil intercontinental balístico sale de
la atmósfera terrestre antes de soltar las cabezas nucleares que debieran
impactar en un país enemigo. Asimismo, muchos satélites que orbitan la
tierra tienen funciones específicamente militares, como observación y
comunicaciones, y otros son polivalentes o de doble uso.
Hay quienes predicen un planeta Marte no solo colonizado
sino también vivible como la tierra tras un proceso de “terraforming” en el que
mediante una oportuna planificación y actuación se podría dotar al planeta
rojo de una atmósfera apta para los seres humanos.
Un escritor imaginaba hace unos años que los verdaderos administradores de ese planeta serían compañías multinacionales más poderosas que los Estados y capaces de generar mejor los caudales necesarios para invertir en la explotación de planetas, lunas o asteroides, así como de producir importantes beneficios.
Esta es otra faceta de la cuestión, pues capitales
privados se dejarán tentar en estas aventuras del mismo modo que en las pasadas
empresas coloniales en la Tierra emprendedores privados tomaron, incluso, el
relevo de iniciativas estatales. Ya estamos asistiendo a la actuación de compañías
privadas que quieren acceder a ese espacio exterior del que esperan poder
generar beneficios económicos. Como en otras épocas y circunstancias,
desearan que sus propios países protejan sus empresas e inversiones allá donde se encuentre.
Si a partir de la segunda parte del siglo XX era
necesario disponer de armas nucleares para ser considerado una gran potencia o,
al menos, un “intocable”, a partir de ahora la capacidad espacial es una
referencia esencial para ser una potencia, sin perjuicio de su posible
yuxtaposición con capacidades nucleares militares. En este sentido, la Unión
Europea tiene capacidad tecnológica y organizativa para asentarse amplia y
eficazmente en el espacio exterior, pero, probablemente, debe dar un renovado y
mayor empujón para no quedar a la zaga.
La presencia material y humana en ese espacio y en la Luna
de EEUU, Rusia o China, y de otros como India e Israel o Japón, subraya la
necesidad de que la UE debe avanzar en esa dirección para tener presencia
espacial y poder competir tecnológicamente en ese y otros ámbitos. En lo
nuclear, Francia es el único miembro de la UE con esa capacidad militar y una
defensa europea digna de ese propósito deberá arbitrar con Francia la manera de
incorporar su disuasión nuclear en beneficio de todos los socios de la UE,
algo, sin duda, complicado.
Carlos Miranda es Embajador de Empaña